martes, 24 de abril de 2012

El deseo amoroso, nunca duerme mucho tiempo


Me tumbo en la cama, y a mí mente llegan los dulces recuerdos de aquellas chicas con las que dormí. Cada una de ellas tan suyas, y al mismo tiempo, tan mías. Mentiría si dijera que no las comparé para saber cuál me reporto los momentos más agradables; sin embargo, mentiría también si dijera que llegué a una ganadora. Reconozco que todas ellas consiguieron los momentos agradables y cariñosos de los que hoy día originan en mí un sentimiento de nostalgia; nostalgia de amor, quiera o no aceptarlo.

Unos brazos que me rodeen, unos besos que me ilusionen y unos bostezos que me hagan sonreír. Esas cosas vienen hoy a mi cabeza, en las caras de todas ellas. Y ya no importa quien fue la primera o la última, porque todas están lejos, y nuestros momentos fueron comidos por el tiempo. Con cada distancia que me hizo sufrir, pensé que se moría una parte de mi amor. Y fijate ahora: es tema principal de mi blog.

Debe ser cosa del instinto, pero algo muy profundo nos ánima a no desanimar, a cultivar la expectativa de que el apoyo y los momentos agradables que son consecuencia del amor, más tarde o más temprano llegarán. Todo el mundo quiere ser amado, y eso es tan inevitable, como nacer con los huesos de la cabeza aún desencajados.

A veces pensaba que esa nostalgia de amor, pequeña pero segura, que gritaba para hacerse hueco entre mis pensamientos, se debía a mis experiencias traumáticas con el mundo femenino. Pensaba que era causa de unas relaciones sin superar.

Creía, que quien preguntaba por los besos, las caricias cariñosas, y los cumplidos que alegraron mi pasado, era mi Yo enamorado de ella... o de aquella otra... o de esta última... Ahora me doy cuenta que ninguna era culpable de esa nostalgia, sino que era el mismo Amor quien hacía las preguntas, disfrazado de todas ellas.

De nada valen las actitudes duras de indiferencia que mostré tras mi primer amor. Él no se fue. De nada sirvió la pena y miedo que de mí se apoderaron tras las ocasiones recientes. El amor entonces, tampoco desapareció. Por tanto, no será más especial este último descanso que decidí darme: el amor volverá. Nunca duerme mucho tiempo. Y cuando despierta, es el más activo de nuestros sentimientos. Digamos que es un deportista, que aunque cansado con cada partido jugado, se recuperá con el tiempo para los próximos que vendrán.

Reconocer en mí, ese despertar en la voluntad por amar y ser amado, no significa que mi "parón" actual se vaya a cortar (ese es otro cantar). Pero ha conseguido instalarse en mí, una curiosidad por la capacidad de recuperación que tiene el amor; ese despertar que suele cogernos por sorpresa, que puede tornarse en peligro u oportunidad, para la relación con mi (futura) pareja.  

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