El
viernes tuve que ir a recoger a mi abuela a su casa y llevarla al
médico porque el lunes se había caído, y llevaba muchos días sin
dolores. No nos dijo nada, ni a mi, ni a mi madre, ni a mis tíos,
hasta el jueves, y no fue hasta el viernes que accedió a ir al
médico conmigo tras hablar con mi madre por teléfono. Mis tía
todavía no sabe de la caída. Mi abuela la tiene miedo. Miedo a
fallar y que la regañen.
Desde
que murió mi abuela, mi abuela entró en un estado depresivo y anda
todo el día quejándose. La duele el brazo, se siente sola, no
tienes ganas de comer, duerme mal… No quiere vivir, y ese deseo le
hace la vida más difícil. Sufre porque no quiere vivir. Cuando un
día la enfrenté y la dije que si tan pocas ganas de vivir tenía y
tanto sufría por qué no elegía quitarse la vida, me confesó que
no tiene valor. Tiene 85 años y toda su vida se ha basado en el
miedo y el deber de servir a los demás.
Fuente: flickr.com |
Ahora
que no tiene a nadie a quien servir, ni a sus hijas ni a su marido,
solo le queda el miedo. Miedo y vergüenza. Pienso que una vida
plagada de sufrimientos, esfuerzo, y un sentido del deber obligado a
nivel familiar y social la han dejado tan falta de autoestima que no
ve ningún valor a su vida cuando no se la entrega a alguien.
Estoy
tratando, desde que volví a España en mayo, que después de que me
cuente todas las quejas y desavenencias diarias que me diga algo
bueno que haya visto, oído, sentido… Siempre me dice que no lo
sabe, que no la ocurre nada bueno. Cuando la digo que eso es
imposible porque sino estaría muerta, me dice que entonces será que
ignora lo bueno que la pasa. Y ahí es donde quiero llegar con ella.
La quiero hacer bien que por supuesto la ocurren y tiene cosas
buenas, pero que no se da cuenta porque se ha habituado a solo
fijarse en lo malo. A llamar la atención solo cuando cuenta las
cosas malas. Está cómoda en la queja y protesta, pero eso
no hace más que generar sufrimiento, no solo a ella, sino también a
los demás.
Pero no
hay manera. Ayer, por más que me doliese, ya me enfadé con ella por
negarse a comer después de regresar del hospital (por cierto, la
caída la ocasionó solo un moratón en las lumbares, sin ningún
traumatismo severo). Protesté que no me importa acompañarla en sus
últimos años de vida pero que si ella se negaba a vivir yo me
negaba a ser parte de ese sufrimiento. No quiero colaborar en un
sufrimiento elegido. He vivido y trabajado para evitar el sufrimiento
mío y de los demás, afrontando sus causas, y es frustrante
compartir tiempo ahora con alguien que lo elige, mi abuela.
Hoy por
la noche la llamaré. No quiero que piense que la rechazo o no quiero
verla más, estaré ahí y daré las oportunidades que hagan falta.
Pero sí quiero dejar claro en que condiciones estoy dispuesto a
mantener una relación con ella. Tengo mis limites y creo es
importante que ella los conozca. No solo porque creo que es sano para
ella, tratar de evitar el pesimismo y trabajar por reconocer las
cosas buenas que todavía pasan y quedan, sino también para mantener
mi salud mental y ánimo.
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