miércoles, 13 de octubre de 2010

Odin

Me levante con el frío de la noche y la humedad de la mañana. Salí de la tienda envuelto en niebla y aun sacudiéndome los huesos por el descarado despertar.
La velada había terminado con los últimos leños consumidos por un fuego que gritó su poderío durante los minutos que pudimos mantenerlo. Una vez acabadas las historias, cavilaciones de nuestro breve viaje, y como no, una vez apagado el calor de la hoguera, decidimos ir a dormir cada uno con su equipaje “ártico”. Este, se componía de un saco de dormir esperando en cada tienda de campaña, y en mi caso además, tres pantalones, tres camisetas y un jersey. Su compañía no creáis que le sirvió de mucho a mis manos y mis pies, que lloraban por las envestidas gélidas de la cual no podía defenderles. Una vez inconsciente, debido al frio y al cansancio, el sueño comenzó su temporada, cortada por sucesivas estaciones: hasta 4 veces llegue a despertar durante la noche.
Como dije, fui el primero en despertar, y el primero en notar que esa mañana no dejaría indiferente a quien quisiera seguir la humedad del ambiente. Como tenía que esperar a mis amigos para desayunar, pensé en caminar y conocer aquel lugar. Ya de paso estiraría un poco los músculos por el tremendo agarrotamiento que les había causado la nocturnidad
Me adentre en un bosque que lindaba con nuestro “meeting point”. Poco a poco fui bajando por un sendero que mezclaba la hojarasca con las piedras, mientras trataba de divisar a través de la niebla lo que se avecinaba. Llegue a una zona arbolada, donde el musgo emanaba de cualquier resquicio y superficie. Me senté en un tronco a caído, en el que la descomposición de hongos y demás microorganismos empezaba a hacer mella. Simplemente cerré los ojos concentrándome en mi respiración. Iba cubierto con la ropa de dormir, es decir, todo lo que lleve al viaje, junto con un chubasquero para piernas y parte superior del cuerpo. En mi cabeza el gorro presionaba contra el cabello que trataba liberarse de su prisión. En ayuda del gorro, estaba la capucha del chubasquero, que lo protegía de las posibles ramas que pudieran ser cómplice de la huida capilar. Todo esto ahora percibía significado, cuando sentado, solo me concentraba en Mi, y nada más. Pero algo más había en la escena. Algo difícil de explicar, difícil de creer. Aquel bosque no solo era hábitat para los seres de “este mundo”. Alrededor mío, pude presenciar las almas de aquellos que vivieron la época en la que los bosques y el mar, eran el marco de su vida diaria. Yo me percaté de su presencia, y con ello los desperté de su letargo. Se acercaban con curiosidad: nadie había osado concentrarse en el Bosque, sin buscar nada a cambio. Nadie excepto yo, que me había sentado allí con el único objetivo de Estar junto al Bosque. Uno de Ellos llego a colocarse delante de mí, llego a indicarme el camino hacia lo que había sido su vida y muerte en tiempo pasados.
Me levante entonces, y seguí los pasos de una hojarasca, que ya no reposaba muerta, sino que vivía entre la arcilla. De repente emergí de aquel Hogar, apareciendo en una ladera de hierba alta y trigo verde. La niebla aun me rodeaba. Seguí caminando con la ayuda de un bastón “encontrado” en la salida del Bosque. Y por fin lo vi. Allí reposaba la cuna y tumba de las almas que permanecían detrás de mí. Allí reposaba su calma y su furia. Era el mar, y no otra cosa, lo que mantenía el equilibrio entre vida y muerte. Siempre fue así, para los que sabían darse cuenta. Es aquí, donde se pescaba, nadaba, reía, dormía, cantaba, luchaba,…nacía y moría.
Cuando me di la vuelta, otra vez el Aprendiz de Druida me hizo volver la cabeza a ese mar que pendía de la niebla. Súbitamente una gaviota resonó en la lejanía, abriéndose camino en la espesura con el solo batir de sus alas. Aquello fue el mensaje que la mañana quiso darme: a veces para ver el camino, solo hace falta levantarse, y batir las alas.
Volví tras mis pasos al campamento, con la convencida idea de que, lo que entraba en mis pulmones no era aire y vapor de agua: era el aire que Odín respiraba.

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