domingo, 7 de agosto de 2016

La caída de mi abuela

El viernes tuve que ir a recoger a mi abuela a su casa y llevarla al médico porque el lunes se había caído, y llevaba muchos días sin dolores. No nos dijo nada, ni a mi, ni a mi madre, ni a mis tíos, hasta el jueves, y no fue hasta el viernes que accedió a ir al médico conmigo tras hablar con mi madre por teléfono. Mis tía todavía no sabe de la caída. Mi abuela la tiene miedo. Miedo a fallar y que la regañen.

Desde que murió mi abuela, mi abuela entró en un estado depresivo y anda todo el día quejándose. La duele el brazo, se siente sola, no tienes ganas de comer, duerme mal… No quiere vivir, y ese deseo le hace la vida más difícil. Sufre porque no quiere vivir. Cuando un día la enfrenté y la dije que si tan pocas ganas de vivir tenía y tanto sufría por qué no elegía quitarse la vida, me confesó que no tiene valor. Tiene 85 años y toda su vida se ha basado en el miedo y el deber de servir a los demás.

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Fuente: flickr.com
Ahora que no tiene a nadie a quien servir, ni a sus hijas ni a su marido, solo le queda el miedo. Miedo y vergüenza. Pienso que una vida plagada de sufrimientos, esfuerzo, y un sentido del deber obligado a nivel familiar y social la han dejado tan falta de autoestima que no ve ningún valor a su vida cuando no se la entrega a alguien.

Estoy tratando, desde que volví a España en mayo, que después de que me cuente todas las quejas y desavenencias diarias que me diga algo bueno que haya visto, oído, sentido… Siempre me dice que no lo sabe, que no la ocurre nada bueno. Cuando la digo que eso es imposible porque sino estaría muerta, me dice que entonces será que ignora lo bueno que la pasa. Y ahí es donde quiero llegar con ella. La quiero hacer bien que por supuesto la ocurren y tiene cosas buenas, pero que no se da cuenta porque se ha habituado a solo fijarse en lo malo. A llamar la atención solo cuando cuenta las cosas malas. Está cómoda en la queja y protesta, pero eso no hace más que generar sufrimiento, no solo a ella, sino también a los demás.

Pero no hay manera. Ayer, por más que me doliese, ya me enfadé con ella por negarse a comer después de regresar del hospital (por cierto, la caída la ocasionó solo un moratón en las lumbares, sin ningún traumatismo severo). Protesté que no me importa acompañarla en sus últimos años de vida pero que si ella se negaba a vivir yo me negaba a ser parte de ese sufrimiento. No quiero colaborar en un sufrimiento elegido. He vivido y trabajado para evitar el sufrimiento mío y de los demás, afrontando sus causas, y es frustrante compartir tiempo ahora con alguien que lo elige, mi abuela.


Hoy por la noche la llamaré. No quiero que piense que la rechazo o no quiero verla más, estaré ahí y daré las oportunidades que hagan falta. Pero sí quiero dejar claro en que condiciones estoy dispuesto a mantener una relación con ella. Tengo mis limites y creo es importante que ella los conozca. No solo porque creo que es sano para ella, tratar de evitar el pesimismo y trabajar por reconocer las cosas buenas que todavía pasan y quedan, sino también para mantener mi salud mental y ánimo.

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