Playa de Santo Domingo de Garafía. Fuente: www.la-palma-kanary.com.pl |
Día 9-Agosto:
Con la primera luz del
alba, desperté, y sin concederle tiempo a la pereza me preparé
rápido, ese día iba a ser duro. Me faltaba comida, tampoco quedaba
mucho agua en la botella, y faltaban barrancos que cruzar. Sin
embargo, mi moral y actitud se habían vuelto más positivas y
calmadas con el paso de los días, y eso hizo que no sufriera tanto
durante la jornada.
Atravesé bosques
preciosos, tramos muy áridos con alguna que otra casa aislada y
rebaños de cabras que me miraban con suspicacia.
Por fin llegué a Santo
Domingo de Garafía, y allí compré comida para varios días, y un
pastel como regalo personal. Al colgarme la mochila, noté como el
hambre me había jugado una mala pasada comprando tanto. Tras salir
de la tienda, siendo las 14h, decidí encontrar el lugar donde comer
y pasar lo que quedaba de día. Me indicaron que bajará a "la
playa". 5km con una inclinación cercana a los 60º de camino...
Llegué a unos acantilados muerto de cansancio y calor, pero llegué.
Allí encontré casetas construidas por los aborígenes de la isla,
anteriores a los conquistadores españoles, que habían sido
remodeladas por pescadores y habitantes del lugar con el paso del
tiempo. Las vistas eran maravillosas, con el mar de varios azules
debido a las diferentes profundidades y vegetación del lecho marino.
Me recordaba a las películas de piratas y corsarios. Tras comer y
descansar un poco en un resquicio del acantilado, bajé hasta una
piscina natural. Más que una piscina natural, parecía un escondite
de sirenas para escapar de las olas en tiempos de tormenta. Algas
submarinas, peces de colores, y una poza en el centro que invitaba a
tirarte de cabeza cada dos por tres, eso era lo que allí
encontrabas. Y para qué quería más!!. Volví a "mi sitio"
e inspeccione el lugar para decidir donde dormiría llegada la noche.
Observé que la mayor parte de cabañas estaban abandonadas, y a su
vez, habían sido usadas como vertederos y baños imprevistos. De
ellas brotaba un hedor insoportable y basura por todos lados. Una
auténtica pena. Las cabañas ocupadas pertenecían a gente que las
usaba como lugar de veraneo. tenían agua y luz que ellos mismos
habían traído desde el pueblo con cables y tuberías. Me sorprendió
un hombre, que vivía allí todo el año. De unos 40 años se le veía
reservado y un poco gruñón. Vivía con dos perrillos que no dejaban
de ladrar a todo extraño. Me pregunté si a pesar del esplendido
paisaje y la pesca que allí pudiera encontrar, no se vería privado
de necesidades sociales y humanas. Me pasé la tarde leyendo, viendo
a los pescadores submarinos bucear, y dejándome observar por unas
niñas que estaban veraneando en una de las cabañas con sus abuelos.
Creo que tuvieron que flipar al verme llegar con mis pintas, y luego
al verme mis preparativos para pasar la noche al borde del
precipicio.
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