lunes, 29 de octubre de 2012

La Palma VIII. Los Llanos de Aridane y Fuencaliente

Faro y salinas de Fuencaliente (La Palma). Fuente: www.sobrecanarias.com

11- Agosto:

Dormí bien, exceptuando por el ruido de una barbacoa que celebraban en una de las chozas que lindaban la pared del barranco (pequeñas cabañas de veraneo propiedad de familias de la zona), y por los mosquitos. Aquel sommier oxidado fue un regalo después de tantos días durmiendo sobre suelo duro. Me encontraba fuerte al caminar. La etapa, aún siendo larga, me la hice rápido y cómodo (5 horas solo). Al llegar a los Llanos de Aridane, compré comida, y en un banco de la calle, encontré lugar para instalar mi restaurante ambulante. Mientras comía, la gente me miraba cual mendigo: comiendo latas de mejillones, despeinado, sin afeitar, pies descalzos con unas botas al lado llenas de tierra y polvo, la camiseta manchada no solo de sudor, sino también de sangre... no les culpó, pero me hacía gracia. Especialmente cuando me sacaba la lengua algún niño y le respondía como el mismo ataque. De repente, se me acercó un tipo medio raro. Me explico: el hombre iba sin camiseta, con la piel pegada a los huesos, sombrero de cowboy, y chancletas made in taiwan. Vino sonriendo preguntandome qué tal estaba, etc. 2 segundos después me preguntó si tenía "alguna pedrilla pa´fuma". Previsible. Le dije que no, y le expliqué un poco mi viaje, para que entendiera como un tipo con mis pintas, no era un tirao de los que él pensaba que era. No le convencí. Me preguntó 20 veces más si de verdad no tenía nada para fumar, a lo que intercalaba relatos de su vida. Que él fumaba pero sin engancharse, que era el mediano de 7 hermanos (no me quedo claro que posición ocupaba), que había sido agricultor y ahora se ocupaba de cuidar a su madre en la casa familiar, que los mercedes no son tan buenos como los BMW.... Le dejé cuando vino un chico joven a pedirle coca, la cuál me había dicho no consumía. Salí de la ciudad para dormir de nuevo a la intemperie. Escogí una zona de viñedos, donde residían muchos alemanes jubilados dedicados ahora a cuidar (o cuidasen) de sus parcelitas. Okupe una de las parcelas donde aún no habían comenzado las obras de la futura casa. Fue una noche muy ventosa, que fortaleció la calima de esos días, y ensució mi cara y pulmones por momentos.

12- Agosto:

Me costó mucho dormir por culpa de la tierra levantada por el viento. Al despertar mi saco estaba rojo de toda la arcilla que esparcida al aire. Recogí y mientras comenzaba a caminar me mentalicé del consumo racionado de agua que ese día debería llevar a cabo, pues era una etapa larga, que en su mayor parte pasaba por zonas volcánicas despobladas donde no podría conseguir nada para beber. El sol pegaba fuerte y la calima impedía aprovechar el aire como los pasados días. Afortunadamente, no había desniveles intensos, ni barrancos que subir o bajar. El plan era quedarme a dormir aquel día en casa de una amiga de Paula, pero al no conseguir contactar con ella, continúe hasta el final de la etapa. Llegué a Fuencaliente, contento de haberle sacado partido a mis 1,5 litros de agua durante las 6 horas que duró la caminata. Era domingo, no podía comprar comida en ningún comercio, y además España jugaba contra EEUU la final de baloncesto en los JJOO: ese día comía en un bar como homenaje personal. Quedaban dos horas todavía para el partido, decidí esperar hasta entonces para entrar en un bar a comer. Pero mientras esperaba fuera, se me acercó un lugareño, típico hombre de bar que sale fuera a echarse un cigarro, y se puso a hablar conmigo. Tuvimos una conversación graciosa, porque el tipo, sin haber caminado en su vida (cosa que él mismo reconoció) infravaloraba el viaje que me estaba pegando a lo largo de la isla. Incluso me dijo de ir lento, y no haber acabado antes de dar la vuelta a la isla. También se alegró mucho de que viniera de Madrid, ciudad que le encantó cuando hizo la mili. Tanto le gustó, que me quiso invitar a una cerveza por ser de Madrid. Acepté encantado. Lo que no preví fue que, como hombre típico de bar, todo lo dejaba fiado al camarero, y este se enfadó con él por pagar mi cerveza pero no pagar su vino. Tanto se enfadó, que le echó del bar. Imaginaos, el pobre hombre fuera del bar, mientras yo me quedaba en el bar tomando la cerveza que él había pagado. Me sentí mal, pero por otra parte, no tenía la culpa. Pensaba haber invitado yo a la siguiente ronda, pero es que no aguantó!! Tras 3 horas en el bar, el balance fue 5€ de dos cocacolas y un bocadillo, añadido a la derrota de España. Me eché unas risas con la gente del bar, especialmente con un rasta (son los mejores ;P) y me fui hasta un pinar para pasar la tarde y la noche, antes de mi penúltima ruta.

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