Faro y salinas de Fuencaliente (La Palma). Fuente: www.sobrecanarias.com |
11- Agosto:
Dormí bien, exceptuando por el ruido
de una barbacoa que celebraban en una de las chozas que lindaban la
pared del barranco (pequeñas cabañas de veraneo propiedad de
familias de la zona), y por los mosquitos. Aquel sommier oxidado fue
un regalo después de tantos días durmiendo sobre suelo duro. Me
encontraba fuerte al caminar. La etapa, aún siendo larga, me la hice
rápido y cómodo (5 horas solo). Al llegar a los Llanos de Aridane,
compré comida, y en un banco de la calle, encontré lugar para
instalar mi restaurante ambulante. Mientras comía, la gente me
miraba cual mendigo: comiendo latas de mejillones, despeinado, sin
afeitar, pies descalzos con unas botas al lado llenas de tierra y
polvo, la camiseta manchada no solo de sudor, sino también de
sangre... no les culpó, pero me hacía gracia. Especialmente cuando
me sacaba la lengua algún niño y le respondía como el mismo
ataque. De repente, se me acercó un tipo medio raro. Me explico: el
hombre iba sin camiseta, con la piel pegada a los huesos, sombrero de
cowboy, y chancletas made in taiwan. Vino sonriendo preguntandome qué
tal estaba, etc. 2 segundos después me preguntó si tenía "alguna
pedrilla pa´fuma". Previsible. Le dije que no, y le expliqué
un poco mi viaje, para que entendiera como un tipo con mis pintas, no
era un tirao de los que él pensaba que era. No le convencí. Me
preguntó 20 veces más si de verdad no tenía nada para fumar, a lo
que intercalaba relatos de su vida. Que él fumaba pero sin
engancharse, que era el mediano de 7 hermanos (no me quedo claro que
posición ocupaba), que había sido agricultor y ahora se ocupaba de
cuidar a su madre en la casa familiar, que los mercedes no son tan
buenos como los BMW.... Le dejé cuando vino un chico joven a pedirle
coca, la cuál me había dicho no consumía. Salí de la ciudad para
dormir de nuevo a la intemperie. Escogí una zona de viñedos, donde
residían muchos alemanes jubilados dedicados ahora a cuidar (o
cuidasen) de sus parcelitas. Okupe una de las parcelas donde aún no
habían comenzado las obras de la futura casa. Fue una noche muy
ventosa, que fortaleció la calima de esos días, y ensució mi cara
y pulmones por momentos.
12- Agosto:
Me costó mucho dormir por culpa de la
tierra levantada por el viento. Al despertar mi saco estaba rojo de
toda la arcilla que esparcida al aire. Recogí y mientras comenzaba a
caminar me mentalicé del consumo racionado de agua que ese día
debería llevar a cabo, pues era una etapa larga, que en su mayor
parte pasaba por zonas volcánicas despobladas donde no podría
conseguir nada para beber. El sol pegaba fuerte y la calima impedía
aprovechar el aire como los pasados días. Afortunadamente, no había
desniveles intensos, ni barrancos que subir o bajar. El plan era
quedarme a dormir aquel día en casa de una amiga de Paula, pero al
no conseguir contactar con ella, continúe hasta el final de la
etapa. Llegué a Fuencaliente, contento de haberle sacado partido a
mis 1,5 litros de agua durante las 6 horas que duró la caminata. Era
domingo, no podía comprar comida en ningún comercio, y además
España jugaba contra EEUU la final de baloncesto en los JJOO: ese
día comía en un bar como homenaje personal. Quedaban dos horas
todavía para el partido, decidí esperar hasta entonces para entrar
en un bar a comer. Pero mientras esperaba fuera, se me acercó un
lugareño, típico hombre de bar que sale fuera a echarse un cigarro,
y se puso a hablar conmigo. Tuvimos una conversación graciosa,
porque el tipo, sin haber caminado en su vida (cosa que él mismo
reconoció) infravaloraba el viaje que me estaba pegando a lo largo
de la isla. Incluso me dijo de ir lento, y no haber acabado antes de
dar la vuelta a la isla. También se alegró mucho de que viniera de
Madrid, ciudad que le encantó cuando hizo la mili. Tanto le gustó,
que me quiso invitar a una cerveza por ser de Madrid. Acepté
encantado. Lo que no preví fue que, como hombre típico de bar, todo
lo dejaba fiado al camarero, y este se enfadó con él por pagar mi
cerveza pero no pagar su vino. Tanto se enfadó, que le echó del
bar. Imaginaos, el pobre hombre fuera del bar, mientras yo me quedaba
en el bar tomando la cerveza que él había pagado. Me sentí mal,
pero por otra parte, no tenía la culpa. Pensaba haber invitado yo a
la siguiente ronda, pero es que no aguantó!! Tras 3 horas en el bar,
el balance fue 5€ de dos cocacolas y un bocadillo, añadido a la
derrota de España. Me eché unas risas con la gente del bar,
especialmente con un rasta (son los mejores ;P) y me fui hasta un
pinar para pasar la tarde y la noche, antes de mi penúltima ruta.