martes, 11 de septiembre de 2012

La Palma I. Salida de Las Palmas

Puerto de Las Palmas de Gran Canaria. Fuente: www.gophoto.it

Tras casi mes y medio de vacaciones, volví a casa. Y lo digo al tiempo que suelto un respiro de descanso, y es que por mucho que me gusta andar de un lado para el otro, al final el cuerpo pide sentar el culo, y hacer algo de provecho. Hablando en plata.

Aunque no soy uno de los bloggeros más prolíficos de la red, reconozco que he echado de menos el no publicar. Y a cada momento pensaba cuál sería la entrada "del regreso". Durante mi estancia en La Palma, fui anotando en un pequeño blog (de papel, no sospechéis de mi fidelidad al bastondewillyfo) lo que me ocurría cada día. Siendo mi intención sacar a la luz tales notas al regresar. Así, creo que siempre que no tenga nada más que contar, en los días siguientes hablaré del viaje que hice este verano, y quien sabe, tal vez incluso le coja el gusto y continúe escribiendo sobre otros viajes que realicé. Pero tranquilos, que más tarde o más temprano volveré a ser el mismo de siempre, escribiendo de nuevo sobre otros pensamientos que me pasan por la cabeza. Y es que, si por algo se han caracterizado estos dos últimos meses para mí, han sido por los quebraderos mentales que he tenido con algunas de las personas que me han rodeado recientemente.

Comencemos pues con mi relato del viaje a La Palma (las personas citadas no aparecerán con su nombre real):

Día 2-Agosto

Me despedí de mis padres en el puerto de Las Palmas de Gran Canaria, con miedo y malas sensaciones. Al besarles, ni siquiera les miré a la cara, ya que sabía las lagrimas que ello podría provocarme. Entré en el barco casi de sopetón, como de sorpresa, y sin mirar atrás, fui directo a recepción para preguntar por mi butaca. En el lugar reservado para las butacas, es decir, para aquellos que por dinero no habíamos querido/podido pagar un camarote, había una televisión emitiendo una película tras otra, y varias pasajeros tumbados, ya que eramos cuatro gatos para las decenas de plazas que había. Al cabo de 3,30h, tras la inspección visual desde mi asiento del salón, decidí cambiar de sitio y buscar un lugar donde cargar el teléfono. Al menos escuchando música me distraía de mis pensamientos. No podía parar de entrar en el email esperando encontrar un mensaje de Paula (la chica que conocí a través de una red social de viajeros, y que en principio accedió hospedarme y ayudarme durante los primeros días) confirmándome la recogida en el puerto de Sta Cruz de La Palma. Llegó la noche, a ritmo del vaivén que provocaban las olas en el barco, sin poder romper con el miedo que me causaba no saber donde iba dormir, ni comer durante los próximos 20 días. Todo el ánimo y los planes que había hecho para disfrutar de mi caminata por la isla, me parecían ahora mal organizados y hasta peligrosos. Solo podía tratar de dormir, y esperar al nuevo día.

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