7- Agosto:
Los rayos de sol y la
marea fueron la alarma del despertador. Un despertar suave, cómodo.
Nada que ver a mi rutina urbana. Sin embargo, esa vez me preparé
rápido: no quería que me pillase el toro de nuevo. Estaba cansado
de la tremenda caminata anterior, y quería terminar pronto la etapa
que me tocaba ese día. El comienzo, la subida de Las Piscinas de la
Fajana hasta Barlovento fue duro: casi 2 horas de ascensión, además
de perderme un par de veces gracias a las típicas indicaciones
"muchacho, vas para allá y luego subes por allí". Pero
ese día me encontraba fuerte. Anímicamente quiero decir. A pesar de las
contracturas en la espalda, y de perderme cada 2 por tres, estaba feliz. Me sentía tremendamente libre. La ruta
atravesaba paisajes maravillosos. De vez en cuando llamaba a
las puertas de alguna casa para que me dieran agua, y continuaba por
los senderos. Muchas veces me tocó preguntar a la intuición cuál senda tomar, y es que como en la vida, durante la jornada se me presentaban opciones, sin ninguna pista por la que decantarme
objetivamente. Tras 4,30h de viaje, llegué a El Tablado. Una aldea
pequeña en norte de La Palma, justo en el medio, ya que en la punta
del nordeste se encuentra Barlovento, y en la punta del noroeste se
halla Santo Domingo de Garafía. Era una aldea muy pequeña, y fue
allí donde conocí a una anciana entrañable. Al preguntarla por donde
continuaba el camino, no solo me indicó amablemente, sino que me dio
agua, fruta y sus bendiciones. No sé por qué, no me olvidaré de ella. Justo al doblar
la esquina, saliendo de la aldea, vi una casa abandonada que me
"llamaba". Se convirtió en mi hostel. No sé, me daba
buena química, y el paisaje que desde allí tenía era espectacular.
Hablé con mis padres por teléfono y me disculpé por haber estado
tan irascible los días anteriores. Pensé un poco sobre mi vida. Las cosas que he de aceptar ocurran, y tratar de llevarlas lo mejor posible. Me relajé. Más tarde, eche el aislante y el saco de dormir al suelo de la
terraza. Eran las 20h, y la caída del sol me aconsejaba dormir. Si os preguntáis por qué no quise dormir dentro de la casa, os diré que por respeto. Tenía claro, que en una casa abandonada de la
cuál no conozco su historia, no debía dormir dentro. Puede que también sea algo supersticioso, he de reconocerlo.
8- Agosto:
Desperté con la clara
convicción de no caminar. Me tomaría el día libre. Haciendo
cuentas de los días que iba a pasar en La Palma, me sobraban días
para caminar todas las rutas que quería, y además el cuerpo me
pedía tiempo muerto. Me pasé el día leyendo, pensando y hasta di
una vuelta por el pueblo y las inmediaciones del Camino. No paraba de
recordar aquellas comunas hippies de las que me habían hablado en
Sta Cruz, podía encontrarme por el norte. Mientras Paula
me contó que eran gente muy maja, generalmente alemanes jubilados, que
vivían en cuevas y trabajaban con artesanía, agricultura y pesca,
una amiga suya me había avisado que muchos de ellos estaban locos y
hasta hacían rituales de magia negra. Tenía una especie de
curiosidad miedosa por encontrarlos, ya que hasta el momento no vi a
nadie. Pregunté a la gente de El Tablado, pero ellos no sabían
nada... Al final del día, conocí a una pareja: una chica de barcelona
y su compañero, de Alemania, que también estaban caminando por la
isla. Sin embargo se notaba que no viajaban en "mi mismo rollo".
Por lo que me dijeron, iban cargadisimos de equipaje, y muchas veces
cogían buses o hacían autostop. Los dos tenían una estética muy
rara: él llevaba en el tabique de la nariz 4 piercing, y unos
dilatadores enormes; su cabeza estaba rapada entera, menos la parte
delantera en la que tenía un par de rastas muy descuidadas; ella tenía
rapada media cabeza, y la otra con el pelo largo; en su ropa veías
todo tipo de colores, y ambos llevaban los pies más negros que el
betún. Me preguntaron si estaba okupando la casa y si había tenido
problemas con las ratas. A ambas cosas les dije que no. Me explicaron
que ellos si habían tenido problemas con las ratas en el barranco
donde estaban acampando, hasta el punto que tenían que subir la
comida a los arboles. Me extrañó, porque yo ni siquiera había visto
una. Imagino que tal vez eran un poco sucios y habían dejado materia
orgánica alrededor de su zona de acampada, además de situarse en un
lugar bajo donde todas las alimañas salen por la noche. Eran unos
personajes muy graciosos la verdad. Especialmente el alemán que de
poco se enteraba pero le ponía unas ganas que no veas. Me despedí
de ellos, y mientras me preparaba para dormir, me di cuenta de la poca comida
que me quedaba. Al día siguiente no solo tendría que preocuparme
por los hippies del vudú, sino por conseguir algo de comer.