martes, 7 de febrero de 2012

Querid@ cobarde


Pienso que en esta vida, aquellas acciones que decido llevar a cabo y finalmente no realizo, se deben básicamente a dos motivos: cobardía y pereza.

Para mí, y supongo que también para vosotros, ninguno de ellos es justificable para esconder bajo su soga mis deseos e iniciativas por llevar mi camino en el sentido que quiero darle, pero ahí están los dos, complicándome la vida un poco. Es parte de ser humano, supongo, pero no quiero darles de esa manera una justificación.

Hoy, no quiero escribir sobre ambas cosas, y lo difícil que a veces me resulta vencerlas, sino que quiero centrarme en la cobardía, y su enemiga (nuestra amiga), siempre a la espera, la valentía.

Por suerte o mala suerte, los años anteriores me ha tocado conocer personas cuyos miedos y falta de coraje me han causado mucho daño y dolor. En consecuencia, he conseguido ganar una valentía que no se debe más que al miedo que le tengo a la cobardía. La razón de ese coraje que ahora disfruto puede no parecer de lo más noble o elegante, pero continua siendo un coraje práctico que me ha dado libertad y experiencias maravillosas.

Sin embargo, al perder el miedo a caminar, a hablar, a actuar... gané otro: tengo miedo a los cobardes. Y digo que me asustan los cobardes, porque al contrario de las decisiones que no realizamos por pereza, las decisiones que no realizamos por cobardía afectan/afectarán a las personas de tu alrededor. Como habréis podido suponer, sí, es mi instinto de supervivencia quien me aleja entonces de las personas cobardes y el abanico de consecuencias que tienen sus decisiones no tomadas. Incluso cuando conozco alguien que me dice ser cobarde solo cuando su decisión no afecta a nadie más, me quedo pensando hasta qué punto su cobardía no es más fuerte que él/ella, pues si es capaz de alejarle de sus propios deseos, ¿por qué no habría de alejarle de mí cuando sea yo quien requiera por su parte un acto de sinceridad y/o valentía?

La cobardía no solo es una barrera a nosotros mismos, sino que es un ataque a los demás. Y el ataque resulta más doloroso, cuando ambos sabemos que siempre se pudo escoger: se pudo escoger por la valentía. Para llegar a ser una persona, en su sentido más integro, no puedo dejar que la cobardía me limite de esa manera. Como no debo permitir que incluso afecte a las personas que me rodean. Si sé que con mi decisión puedo causar un dolor a alguien, más me importe el coraje y la verdad de esa acción, que el estancamiento en una mentira cómoda.

No puedo pensar tampoco en que puedo ser cobarde en esto y valiente en aquello, pues ambas maneras de ser no son compatibles. Es mi deber, y mi derecho reivindicar del coraje de mis decisiones. Hacer de la valentía una actitud, para lograr no solo mi libertad personal, sino contribuir a la libertad de los demás.

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