Recuerdo la fiesta de primavera en
Barcelona. Era una fiesta propia de nuestra facultad, pero como suele
pasar en las fiestas universitarias, vino gente de otras facultades,
universidades, etc. Durante todo el día se estuvo sirviendo cerveza,
sangría, y realizando juegos de todo tipo, así como conciertos de
bandas locales. El ambiente era genial, y aunque me había prometido
ir por lo menos a unas de las clases de aquel día, finalmente
desistí, y me quedé de farra.
Podéis imaginar la cantidad de
feromonas que flotaban en el ambiente. No solo porque allí eramos
todos jóvenes con ganas de pasarlo bien, sino que además, la bebida
y el calor ayudaban bastante a "encender el fuego". Yo no
paraba de fijarme en unas y en otras, pero no terminaba por
decantarme. Finalmente, conocí a una chica con una larga falda
blanca de tela fina, pelo largo y tirantes negros.
Enseguida unimos puente con nuestras
miradas y comenzamos a conversar tras presentarnos el amigo del amigo
del hermano de la prima... La conversación fluía, había feeling.
Derrochaba sensualidad con cada gesto. Pero al ver la hora me di
cuenta que llegaba tarde a otro encuentro. Le di mi contacto y con
una caricia sutil en su espalda, me despedí.
Al día siguiente me escribió. La
contesté lo mucho que echaba de menos el tapeo de Madrid.
Casualmente se celebraba una feria de tapas por Grácia (hehe) así
que me ofreció dar una vuelta y probar. No me lo pensé dos veces.
Al principio andábamos algo cortados,
pero pronto comenzamos a conversar. Todo iba genial, y al cabo de 4
cañas ya sentía al alcohol vitorear en mi cabeza. Esta vez, ningún
reloj se iba a interponer en mi camino: comencé los acercamientos.
Cuando quiso darse cuenta me tenía a menos de 30 cm. Para sorpresa
mía, apretó su cadera contra mí sonriendo de forma pícara (¿quién
estaba ligándose a quién?). Dije un par de cosas cerca de su oreja,
y cuando notó mi aliento en su cuello comenzó a rozar sus vaqueros
contra los míos.
15 minutos más tarde entrabamos en su
portal besándonos y quitándonos la ropa de manera brusca. Decidimos
parar, terminar de subir las escaleras y tratar de no hacer ruido una
vez dentro del piso (lo compartía con otros 2 estudiantes). Ya en su
cuarto, no me tenía en pie del calentón que llevaba. Hacía meses
que no probaba bocado y sus manos se movían rápido por mi piel.
Comenzó a bajar sus labios por mi cuello, continuo bajando por mi
pecho, y más abajo, cambio su mano por su boca. Tuve que mirar a
otro lado para demorar lo que estaba por venir.
La levanté, y cuando me disponía a
devolverle el trato recibido, me sujeto la barbilla y me pidió que
la penetrase. No me hice esperar: me puse el condón, y se la metí
suavemente. Una vez llegué hasta el final, dejó escapar un suspiro
que alentó a mis caderas. Una, dos, tres... las sacudidas se fueron
sucediendo. Sus manos se entrelazaron en mi espalda, tiro de mis
rastas y me apretó contra su cuerpo. Casi no tenía recorrido para
seguir penetrándola.
De repente, me hizo perder el control
cuando arañándome las nalgas se puso a chupar el lóbulo de mi
oreja. No aguanté más y me corrí sin darle tiempo a ella.
Sudados en su cama, ambos sabíamos que
la cosa podía haber terminado mejor. Me levanté para ir al baño y
secarme el sudor. La dije que me esperase que la noche no había
acabado todavía. Al regresar, se había quedado dormida. Vaya tela.
No me lo podía creer. Yo, que acababa
de correrme tras haber estado moviéndome de delante a atrás durante
un rato, estaba con un calentón increíble. Y ella, que hacía unos
minutos gemía cual loba en celo, se había quedado dormida sin haber
llegado a disfrutar del todo. No era lógico. Me acosté pensando en
el polvo mañanero. Cerré los ojos y traté de dormir. Pero nada: no
quería dormir, ni quería quedarme allí. Al cabo de unos minutos
comencé a deslizar mi brazo hasta la hendidura de su cuello, y
posteriormente pasé mis piernas por encima suya.
Cogí mi ropa y me vestí en el baño.
Ni siquiera apagué la luz de la habitación para que no notase
diferencia. Salí de la casa cerrando suavemente la puerta,
preguntándome si irme de esa manera estaba bien. De ahí, que
intentó abrir la puerta del portal y está cerrada: manda cojones.
Me había quedado encerrado en aquel portal, y no me quedaba otra
opción que despertar a la chica por el móvil.
Su cara, saliendo de la casa con una
toalla para abrirme la puerta del portal, viendo como me había
marchado sin "terminar el trabajo" y sin ni siquiera decir
adiós, os aseguro que no tenía precio. El mío, me figuro que
tampoco.
Para colmo, cuando llegué a mi casa de
madrugada, me di cuenta que también me había dejado un collar y la
palestina.