Imagen de la ciudadela en Pamplona. Fuente: www.pamplona.es |
Ayer pasé el día en Pamplona.
Solo pude aprovechar dos horas del día,
puesto que al llegar la noche anterior, fui directo al albergue donde
había reservado cama, y por la mañana estuve ocupado por motivos de
"trabajo" (quiero decir, prácticas de empresa no
remuneradas xD). Fue a la hora de comer cuando quedé libre para
visitar la ciudad.
En dos horas apenas me dio para pasear
por la ciudadela y comer en el centro. Pero me dio que pensar. Una
ciudad noble, esta Pamplona.
Se respiraba ambiente de ciudad
elegante, educada, muy del norte. No había ruido en sus calles, a
pesar de la ida y venida de coches y personas. No había grandes
risas ni aspavientos en sus bares, pese a estar en pleno almuerzo
gran parte de los trabajadores. No había olores fuertes. No había
nada en exceso. Tampoco faltaba nada.
Daba la sensación de estar todo en su
lugar. Todo era correcto. Todos eran correctos.
Trato de no tener prejuicios
regionales, pero reconozco que al igual que la gente del sur me
parece muy "viva" y enérgica, la gente del norte siempre
me pareció tranquila y noble. No sé como explicar este último
adjetivo.
Uno se da cuenta en el trato que te
dan, en la manera que tienen de hablarte, en su manera de moverse, y
hasta en ciertos comportamientos. Parece que nacen con las normas de
cortesía bajo el brazo. Y a cada momento, sin ellos decir nada, te
das cuenta que no puedes imitarlos. A ti te falta esa cortesía nata.
Esa apacibilidad noble.
Tal vez ese sea su pecado. Tanta
cortesía, y mesura, puede que llegué a resultar un ambiente
aburrido. O al menos así me comentan algunos amigos de allí.
Envidian el ajetreo del sur.
No sé, el caso es que uno al pasear
por sus parques y calles, se siente bien. Una mezcla de sosiego y
cariño, que te hace sentirte acompasado con el presente, a la vez
que consigues un silencio interior, que ya tenías olvidados. Qué
nostalgia de ambas cosas.
Retengo la noche de mi llegada, cuando
comencé a percibir estas sensaciones. Desde la estación de autobús
iba caminando al albergue, cuando decidí cenar algo en un bar. La
cafetería donde entré no tenía nada de especial. Eran las 21,30h y
pese a ser noche de Champions League, no había casi nadie. En otros
lugares estarían las mesas llenas, con gente tomando cañas, y
comentando en alto el partido, pero aquí solo vi un par de mesas con
gente mayor, tomando café y hablando en un tono tranquilo. Sí que
había hombres en la barra viendo el fútbol (tres, a lo sumo), pero
sin ningún tipo de nerviosismo o agitación como he visto otras
veces. Tranquilos, se tomaban su vino y hablaban de vez en cuando con
el camarero, y a la que terminó el primer tiempo, cada uno se fue a
su casa. Quedé allí, solo en la barra, tomando una coca-cola y un
sanwich vegetal. A mi espalda un señor tomando café mientras leía
el periódico. Y de fondo, sonaba Norah Jones. Un lugar para
recordar. Creía estar en la película My Blueberry Nights. El tiempo
se había parado, y las preocupaciones parecían estar cansadas de
tanto hablar. Comí despacio, y trate de comprender porque todo y
todos estaban tan tranquilos. Al final me dí cuenta, que el raro era
yo, siempre con prisas y con la mente agitada.
http://www.youtube.com/watch?v=pr3n7ZrLxow
Me di cuenta que la vida es como el
respirar. Lo natural es tomar el aire tal y como viene. No aguantarlo
en los pulmones, para luego soltarlo entre soplidos y jadeos. Una
lástima haber cambiado el orden de las cosas, y vivir entre carreras
y pisotones.