Durante mi viaje, vi aguas bandidas llevarse de nuestro planeta las tierras en las que lloramos nuestras penas. Conocí ancianos que cruzaban fronteras sin una pizca miedo, con la mochila cargada de juventud y ganas por vivir. Me topé con aires de calidez casi desconocida, mojadas de recuerdos.
Caminando por la selva de Iguazú, escuché la vida, el respiro de mi aura cegada por los pensamientos volubles. Entonces, deje de pensar, deje de hablar... caminé sin prisas, sin nada que me distanciara de mis pasos. Fui uno con lo que me rodeaba, y el Sol se apago permitiendo ver las estrellas de mi senda.
Como en un cuento, mi viaje se lleno de aventuras y personajes diariamente, para despedir la jornada con una pausa al atardecer, que aprovechaba mi cuerpo como encuentro entre la Vida y mi alma.
Como el Ché, me di cuenta que mis viajes por esta américa con mayúsculas, me cambia más de lo que esperaba. Que ya no soy yo, o por lo menos no el mismo. Que el destino avanza con la calma de las aguas y su poder de vida, cuando se abren las puertas de la libertad, y se cierra la ventana del miedo.
Uau...!
ResponderEliminarSí que se te lee distinto, sí... qué curioso y qué mágico cómo conocer otros lugares puede dejarnos esa huella en el alma...
Besos!