martes, 15 de noviembre de 2011

La lección de la favela


Una vez más, he pasado un fin de semana trabajando para la ONG "Un techo para mi país" en una de las favelas de Sao Paulo. La primera construcción fue en Octubre, y esta última de Noviembre es mi despedida tanto de la ONG como de mis experiencias en el lado oscuro de Brasil, ya que en Diciembre me toca volver a España y no estaré para la próxima construcción concertada.

En las favelas ves cosas que no se van de tu cabeza. Las condiciones de vida de las personas, son indignas se mire donde se mire: gente sin trabajo durante meses o años, precaria educación y sanidad (cuando las hay), niños por todas partes manchados de barro, casas compuestas de laminas de cartón y maderilla, suelo de tierra que al llover se inunda y resbala, perros vagabundos que mueren en la calle, agua viajando por tuberías de plástico en el sucio suelo... Para coger ese agua, tenías que acercarte a uno de las tuberías y separar su unión con el siguiente tubo, aunque mucha gente también coloca palanganas cuando se avecinaba lluvia y conseguir algo de "autonomía"; la electricidad es "tomada" del tendido eléctrico de la ciudad, y va por cables apoyados en tejados o palos clavados en el suelo (tienes que tener cuidado de no dejarte la cabeza en uno de ellos mientras caminas por los espacios que hay entre las chabolas). Creedme, hay que estar allí en persona para realmente asimilar lo que os describo...

Por mi parte, allí he pasado las peores noches de mi vida: había una plaga de mosquitos en la escuela donde teníamos que dormir los voluntarios, y con sus zumbidos y picaduras, además de tener que dormir en el suelo echado en unas mantas usando una sudadera como almohada, solo conseguí dormir unas 4 horas en los 3 días. El resto del tiempo me quedaba en una especie de duermevela, que al final hace que te levantes igual de cansado que al acostarte. La comida, fue arroz con pasta para comer, y arroz con pasta para cenar. El desayuno, pan con mantequilla y café con leche. No había opción de ducharse, no había suficiente agua.

Viendo la situación de las personas en la favela, no paraba de preguntarme cual hubiese sido mi vida de nacer y crecer en esas condiciones. Si podría ser capaz de vivir allí, e incluso, de sobrevivir.

En la favela, si quieres salir de ella, no vale de nada lamentarse, porque no te van a escuchar. No vale de nada desesperarse, porque con ella solo puedes herirte más. Y no vale de nada culpar al prójimo de tu situación, porque a él tampoco le gusta aquello. Muchas de las personas que vi allí, nunca salierón/saldrán de ellas, porque les ocurre todo esto. Y si permites que esas cosas pasen, tu energía es robada por la apatía, tus ojos se despiden de la altura en la que reposan, y pierdes la senda de tu vida: quedan deprimidas, enfadadas, frustradas... desesperanzadas.

Quizás ellas tengan excusa debido a sus condiciones de vida, no sé. Pero y nosotros? Yo por lo menos no. No tendré excusa si caigo. O si busco en lamentos del pasado, la fuerza que me empuje en el presente. Porque cuando la vida pasa por un período de cuestas, para dejar atrás su dureza, solo puedes clavar tus pies y tus manos en el camino, y tirar de ti mismo con fuerza.

Cada mañana nos levantaban a las 5 h, para empezar a trabajar a las 7h, con decenas de picaduras de mosquito y horas faltas de sueño. Me quedaba mirando el cielo amaneciendo, y empezaba a concienciarme para el trabajo: pensaba cuáles eran los materiales que ese día iba a usar, que pasos había que seguir, como mejorar los soportes de la casa... por qué estaba allí, si la gratitud de las personas a las que construía merecía de mi esfuerzo... y poco a poco la energía llegaba de nuevo. Esa fuerza brotaba de mí, de dentro. Ella, es decir Yo, me llevo a levantar una casa en tres días, y más tarde a contagiar mi esperanza a la familia beneficiada de la casa.

No me volví a casa con un sentimiento de culpabilidad como muchos me dijeron el jueves quería limpiar con esta acción de solidaridad, ni tampoco con la impotencia de no poder cambiar las condiciones de vida de todas las familias residentes de la favela, sino que al contrario, me vine sabiendo que soy capaz de hacer muchas cosas positivas, que aún estoy por descubrir. Todo es cuestión de seguir caminando cueste lo que cueste.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Lluvia trópical se viste de resaca


Noche de jueves que acaba en borrachera y vuelta a casa de la mano de mí mismo. Ya no te encuentro ni me dejo verte, porque solo conseguía que las penas me impidiesen seguir por mi camino.

Me cargo de nostalgias y ando con el paso de un mendigo ambulante. Las calles de Sao Paulo me dicen "¿dónde vas?" y yo respondo con el dedo señalando al cielo. Las nubes sopesan dejar caer su lluvia sobre mí, y yo les pido que esperen a mi llave, llegar a su cerradura. Ya es suficiente acompañarse de un alma errante y de unos labios fríos de soledad.

La mañana me grita desde lejos para empezar una nueva jornada, le digo que se marche, la resaca me dio el día libre. Levanto con el cuerpo roto y la mente sucia. Mi cuarto aparece tras una semana de desorden y con el calor previo a la tempestad...vuelvo la cara hacia la almohada empapado de vergüenza.

Miro facebook, tuenti, twiter, hotmail, gmail... y nada me desquita de este tedio. Preparo mi mochila para el trabajo que voy a llevar cabo durante el fin de semana. Recuerdo entonces que no tengo saco de dormir, así que me tocará echarme sobre unas toallas y unas mantas que encontré en el armario. Estilo masai, pienso. Vienen después, las críticas recibidas ayer por aquellos que suponen mi trabajo en la favela inservible, y en ese momento... suena el trueno de las nubes, y mi habitación queda a oscuras a las 3 de la tarde. Solo iluminada por la retina que vigilan estas palabras.

Mi corazón pide un abrazo, y yo le digo que aguante un poco más. Una vez más. Mi orgullo me reprocha haber caído de nuevo en la tristeza, y yo le pido una tregua. Un descanso en la dieta de la cara feliz y la espalda recta. Menguada. Quedo menguada mi luna llena de este día mágico, 11-11-2011, del que ya avisaron bajaría la energía que a todos mueve... Aquí esa energía es barrida por una lluvia tropical que ya me habla de futuras despedidas y lagrimas en los ojos.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Iguaçu


Durante mi viaje, vi aguas bandidas llevarse de nuestro planeta las tierras en las que lloramos nuestras penas. Conocí ancianos que cruzaban fronteras sin una pizca miedo, con la mochila cargada de juventud y ganas por vivir. Me topé con aires de calidez casi desconocida, mojadas de recuerdos.

Caminando por la selva de Iguazú, escuché la vida, el respiro de mi aura cegada por los pensamientos volubles. Entonces, deje de pensar, deje de hablar... caminé sin prisas, sin nada que me distanciara de mis pasos. Fui uno con lo que me rodeaba, y el Sol se apago permitiendo ver las estrellas de mi senda.

Como en un cuento, mi viaje se lleno de aventuras y personajes diariamente, para despedir la jornada con una pausa al atardecer, que aprovechaba mi cuerpo como encuentro entre la Vida y mi alma.

Como el Ché, me di cuenta que mis viajes por esta américa con mayúsculas, me cambia más de lo que esperaba. Que ya no soy yo, o por lo menos no el mismo. Que el destino avanza con la calma de las aguas y su poder de vida, cuando se abren las puertas de la libertad, y se cierra la ventana del miedo.