En los últimos
meses he estado leyendo libros sobre pedagogía y psicología infantil. Increíbles
los mitos y costumbres en los que se asientan los sistemas educativos
convencionales. Cierto que los autores que he leído como John Holt son
abiertamente seguidores de un modelo más liberal y autónomo de la educación
pero no puedo negar que sus argumentos reflejan la realidad de mis aulas y la
de otros compañeros, cayendo sus criticas en mi conciencia y modo de trabajar.
Estudiante birmana con la crema tradicional contra el sol y los insectos: thanaka. Fuente: www. |
Empezando por la
base de que el profesor es figura esencial para el aprendizaje del alumno.
Según estos autores, la figura principal del aprendizaje es el alumno, y si
bien el proceso de aprendizaje suele basarse en un dialogo entre instructor y
estudiante, esta relación ha de ser establecida de forma horizontal, contrariamente
a la verticalidad de los sistemas convencionales donde en la mayor parte de
escuelas es el profesor quien decide qué es lo que se va a aprender y cómo. Todos
sabemos que aprendemos más rápido y de forma duradera cuando somos nosotros
mismos quienes acordamos tales límites. Nadie dejar de fumar cuando se lo
imponen, y no todos aprenden a nadar a la misma edad. Solo cuando queremos o
necesitamos algo es cuando aprendemos de verdad.
La realidad es
que la mayor parte de los niñ@s en las escuelas convencionales no tienen ni voz
ni voto en el temario que van a “aprender”, ni deciden como lo van a aprender,
ni le encuentran el sentido de por qué aprenden eso y no otra cosa. El aula
termina siendo un centro de entrenamiento de la disciplina más que un centro de
aprendizaje. Los profesores gastamos más tiempo en mantener a los estudiantes
callados mientras hablamos, atentos mientras explicamos, o respetuosos con los
demás alumnos y profesores, que en enseñar contenido. Todo esto no sería
necesario si el interés por la clase sale del propio alumno y no de un medio
externo como son los padres, profesores, o el propio sistema educativo.
Forzamos a los
estudiantes a estar, de media, 6-7 horas al día haciendo algo que nunca
eligieron. Les decimos que es bueno para ellos, “porque en la vida no siempre
hacemos lo que deseamos”.
Formamos mentes cerradas en lugar de abiertas porque
tratamos de forzar el aprendizaje en lugar de dar rienda suelta a su curiosidad
y personalidad propias. No saben lo que leen por qué no les importa. Para aprobar el siguiente examen solo han de memorizar la respuesta que el profesor les dio, o saber la receta con la que conseguir los resultados esperados por el instructor. Así pasa, que cuando olvidan la pregunta, olvidan la respuesta. No son capaces de razones o pensar criticamente.
Cuando los
alumnos llegan a la escuela secundaria hay tanta desmotivación, faltas de
respeto y falta de conceptos básicos que resulta una verdadera batalla trabajar
cada día como educador. Hay días que te culpas a ti mismo, otros días les
culpas a tus alumnos, y por último culpas al sistema.
Yo comienzo a
darme cuenta que el aprendizaje tiene sus propios ritmos, y que forzarlo no
merece la pena. Como dije antes, solo cuando uno quiere o necesita aprender
algo es cuando realmente lo aprende. Pienso también que la vida está lleno de
retos y el ser humano es un organismo con curiosidad innata, por tanto no doy
crédito a los partidarios de “sin una figura que establezca qué contenidos son
prioritarios”, los alumnos se perderían en el conocimiento. No me lo creo. En
su lugar, el alumno podría profundizar en aquellos aspectos que encuentra más
interesantes o necesarios en su día a día y terminaríamos con la mayor parte de
problemas de disciplina, motivación, y falta de conceptos básicos.
Cuántos de nosotros
hemos estudiados durante horas y días para un examen, y tras acabarlo, unos
días más tarde nos damos cuenta que hemos olvidado la mitad. Todo eso ocurre
por la falta de sentido que tal materia tiene para nuestras vidas. Nuestro
cerebro lo elimina de nuestra memoria pues no lo considera importante. Deberíamos aprender de ese precioso y valioso órgano y darnos cuenta que lo
único que tiene relevancia en el aprendizaje es aquello que tiene un sentido
propio para nosotros.
No deberíamos
matar la curiosidad de nuestros alumnos con límites establecidos. Deberíamos
darles libertad para pensar por sí mismos, y aprender aquello que desean y da
sentido a sus vidas.
Amén.
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