Niños jugando al fútbol en Hargeysa. Fuente. www.mckenziecollege.com |
Hoy jugué al fútbol con los
estudiantes.
Siempre he sido más de baloncesto y
otros deportes, ya que de pequeño mi padre nunca quiso inscribirme a
un equipo de fútbol como si hizo con otros deportes. Sin embargo,
aprendí a jugar en la calle, primero con mi padre, y más tarde con
los chicos del barrio.
Mi padre fue jugador en un equipo local
e incluso llegó a cobrar dinero por mes. Además de fútbol, se le
daban bien otros deportes como el tenis, y nadar. Por lo que desde
pequeñitos, mi hermana y yo hemos crecido practicando deporte. A los
6 años me inscribieron en la escuela de baloncesto del CP Fátima,
una de las canteras del Estudiantes CB (uno de los equipos de la
ACB), y un año más tarde mi hermana y yo empezamos con el
taekwondo. Cuando nos mudamos de Madrid un pueblo de las afueras
continuamos con las artes marciales, y más tarde empecé a jugar al
pin-pon (deporte que me encanta por la rapidez y agilidad). A los 14
años volví al baloncesto, en el equipo local. Allí fue donde
conocí a gran parte de los amigos que todavía conservo en aquel
lugar. Jugué 3 años allí, y luego dos años más en equipos de los
pueblos vecinos. Por el camino, jugaba al futbol en la calle, o al
tenis con mi padre algún que otro fin de semana. Y por supuesto en
verano, me dedicaba a nadar, ya que fui socorrista durante 5 años.
Me encanta el deporte, lo confieso. Me
afecta mucho al carácter, de hecho. Ganar o perder. Por suerte, no
se me da mal. Incluso cuando he estado en otros países, siempre he
tratado de no perder forma. En Suecia me apunté a un gimnasio y
jugué al baloncesto con el equipo local. Y en Brasil comencé con la
capoeira.
Aquí en Somalia, juego mucho al
baloncesto con los estudiantes y hago gimnasia en una zona que la
escuela tiene reservada con mancuernas y barras. Al fútbol apenas me
he acercado, ya que ando con problemas de rodilla y por ser español
tienen muchas expectativas conmigo. Sí, me asustaba decepcionarles.
Al baloncesto por lo menos, ya les he demostrado que no se me da mal.
Hoy como decía me he atrevido a jugar
un partido con los estudiantes mayores. Un éxito: he marcado 4 goles
de los 7 totales de mi equipo. Hemos ganado ya que el otro equipo
marcó 4 goles. Lo mejor no ha sido el número de goles, que la
verdad no está nada mal para ser la primera vez que juego con ellos,
sino cómo han sido los goles: dos de cabeza, dos con regates
rápidos. Uno comprende por qué el fútbol mueve países cuando está
dentro del campo y siente la euforia con cada gol. Especialmente
aquí, donde la pobreza y la falta de oportunidades son pan de cada
día, marcar un gol supone un aliento de esperanza. Aquí, donde los
campos son de tierra, repletos de hoyos y piedras; donde los niños
juegan descalzos o con sandalias, y las porterías son dos rocas, un
gol es una pequeña victoria. Cada vez que marcaba un gol, parecía
que lo marcaban ellos y no yo por su manera de celebrarlo. Mi cara
era un poema cada vez que venían todos gritando para celebrarlo. Ni
que decir tiene que adoran cada uno de los jugadores de la liga
española.
Me da nostalgia recordar los partidos
de fútbol que veía con mis amigos en los bares (los clásicos y
derbis especialmente), como mi padre me enseñaba a rematar de cabeza
en frente de casa, o aquel partido en la arena de Conil de la
Frontera, hace casi 6 años. Espero que mi amigo, aquel que siempre
le recuerdo como me lleve la pelota en un contrabalón que
disputábamos, eche una sonrisa al leerme. Le mando un abrazo a él,
y a todos los que crecimos rodeados de deporte. Somos la nación del
deporte, a pesar de las últimas derrotas en los mundiales.