Soy una persona que le encanta debatir.
Tal vez fuese porque desde pequeño veía a mis padres discutir (en
el buen sentido) las noticias del día mientras veíamos el
telediario. Tal vez porque en mi casa, siempre hubo periódicos en la
mesa, y mesas redondas o documentales en la tele. Tal vez porque me
alentasen a leer e interesarme por el mundo. Y seguro, porque me
encanta hablar, y experimenté desde muy temprano el goce de quien
cree llevar la razón...
Todos mis amigos conocen mi gusto por
sacar temas conflictivos o tabúes: religión, economía, política,
sexo... cuando se está conmigo, poco fútbol! Sin embargo en los
últimos meses, comienzo a pensar que:
Lo primero, debo hablar menos y
escuchar más. Por algo tenemos dos orejas y una sola boca.
Lo segundo, las formas de expresarse
son igual de importantes que el mensaje que quiere transmitirse.
Estoy cansado de ver luchas por ganar
protagonismo, defendiendo y atacando a todo aquel que rebate tu punto
de vista. Hacer (o al menos intentarlo) gala de una supuesta
superioridad ideológica. Parece que hayamos olvidado el significado
de CONSENSO y DIALOGO. Impresiona ver como se ofende la gente cuando,
no solo les llevas la contraria sino que simplemente difieres en
algún matiz.
Pero yo no voy a tirar la primera
piedra. Realmente estas cosas nos pasan a todos. Todos tenemos un ego
que reclama ser el centro de atención. Ser valorado e importante
para los demás. De ahí que cuando alguien no comparte nuestra
opinión, nuestro ego nos atice y tratemos de cambiar el punto de
vista del oponente, o si esto no es posible, al menos evidenciar lo
equivocado que está frente al resto. Para ello, solemos:
- Reírnos. Ya sea con una carcajada
burlona o con una simple risita, continuada con una mirada de
desprecio y/o indiferencia (mostrando lo irrelevante o iluso que es
su punto de vista)
- Examinar con preguntas cortas y
rápidas sus conocimientos, buscando alguna contradicción o falta de
explicaciones (poniendo a prueba su ignorancia).
- Atacar sus fuentes de información
(mostrando su parcialidad).
- Cortar su turno de palabra,
anticipándonos a lo que quiere decir (provocando que su mensaje no
sea expresado con claridad y robe protagonismo al nuestro).
- Levantar el tono de voz o enfatizar
nuestro mensaje con gestos (para desviar la atención hacia
nosotros).
- Decir la última palabra
(asegurándonos que el oponente cae bajo nuestra opinión; su
silencio es nuestra victoria moral: refleja la falta de respuesta a
nuestros argumentos).
Todas estas técnicas sirven para
"vencer" y ganar adeptos en los debates. Son especialmente
placenteras para nuestro ego, y nos cargan de adrenalina (ambas
cosas, poco aconsejadas).
Pero lo más importante es
preguntarnos, si de verdad tenemos derecho a entorpecer la opinión
de los demás, si conseguimos algo cuando avasallamos con nuestro
punto de vista, y por último, de qué sirve ganar tiempo, cuando
pierdes el respeto a las personas.
Espero en un futuro cercano, cuando
debata, sea capaz de: permitir la voz a todos (incluso de aquellos
que tratan de callar la mía); y ser consciente de que ninguna verdad
es absoluta.