jueves, 17 de marzo de 2016

Problemática obsesion I

Favorita actividad de R: chat. Fuente: cat.com
R, no daré su nombre completo, es de Canadá. Es bajita y gorda. Tiene el pelo muy corto y pelirrojo. Cuando camina hacia a ti puedes percibir su torpeza de movimientos y personalidad extravagante. Vino a la escuela en octubre, 4 meses después de que empezáramos las clases, para sustituir al anterior profesor de inglés que fue despedido por “acosar a la asistenta doméstica” (o eso nos dijo el jefe). Es mi compañera de trabajo y casa.

Desde el primer momento que puso pie en la oficina, a la mayor parte de la gente no le gustó R. Siempre estaba enferma de neumonía, E. coli…  Y eso no le ganó muchos fans que digamos. Además, le gusta hablar muy alto, de cualquier tema (sexuales entre otros), y cotillear sobre la vida de otras personas. En la casa, fue la misma cosa: es muy sucia y suele dejar la comida pudrirse fuera de la nevera. Mis dos compañeros de casa J y K ya me avisaron de cómo era R antes de que yo me mudase con ellos, dos meses después de que R llegase.

Pero yo quise dar una oportunidad a R. Me parecía la típica persona que nunca fue popular en el colegio, y todavía sigue desconociendo como tratar con la gente. Pensé que la gente la prejuzgaba, y aunque cierto que R debía respetar más la privacidad de otras personas o ser más atenta para cometer menos torpezas, asumí su buena intención.

Bien, todo cambió hace mes y medio. Tras una pequeña discusión en la oficina de la escuela por culpa de una profesora india que se negaba a salir de la oficina cuando recibía llamadas personales (por más de 40 minutos), otro profesor, Dan, comenzó a acusarme de crear problemas a la gente y ser arrogante. Me acusó de ver pornografía dentro de la oficina, y de mandar emails al jefe acerca de todos los compañeros. A mí me daba igual las mentiras que Dan dijera, ya que es un profesor cincuentón del sur de EEUU al que ni su familia (ni siquiera sus hijos) le hablan. Él mismo ha tenido peleas con varios profesores, por tanto, asumo que tiene alguna inestabilidad mental o del comportamiento. El problema y lo que me dolió fue que, delante de R, me dijo que todas las acusaciones se apoyaban en conversaciones los últimos meses con R. Cuando la mencionó no pude evitar mirar a R y preguntarla “¿es eso cierto?”, a lo que respondió “ahora tengo clase y no me quiero entrometerme en vuestros asuntos”. ¿Nuestros asuntos? La tipa había estado hablando a mis espaldas, a espaldas de su único amigo, a una persona como Dan, para acusarme de crear problemas en el trabajo y ver pornografía.

Me quedé sin habla. No me esperaba que a la persona que había cuidado y ayudado me hubiera traicionado de esa forma y hubiera expandido esas mentiras sobre mí. Fue muy frustrante y doloroso. Me enfurecí conmigo mismo por no haber tomado en cuenta los consejos de otras personas, y haberla prejuzgado positivamente. Por la tarde, tras pedirla explicaciones y no saber dármelas, la dije que no quería ningún trato con ella y que se merecía estar sola. ¡No valora la amistad!


Pero la historia no acaba ahí. 

lunes, 7 de marzo de 2016

La venganza africana

Mugabe, presidente de Zimbabwe y uno de los mayores racistas de África. Fuente: www.aporrea.org
Abro el facebook y me encuentro el siguiente comentario “And it became a party… whites can boogie” sobre un video donde personas de raza blanca bailan en una discoteca. El post está escrito por una amiga keniata. El video, nada del otro mundo, muestra personas bailando, como pueden, cierta música de fondo. Pero claro, para algunos hay que denotar la raza de los protagonistas. Al parecer, ahí radica la importancia del video. Para ella, negra, y sus amigos resulta gracioso ver blancos bailar. Me pregunto qué hubiera pasado si yo, como persona blanca, escribo otro comentario igual: “Y se hizo la fiesta… los negros pueden bailar”.

No hace falta ser muy ingenioso: racista sería lo mínimo que me hubieran respondido.

El sábado anterior, fui invitado a una quedada africana por S, mi compañera de Nairobi. La pregunté varias veces si era adecuado que yo, como europeo, fuese a una fiesta africana. Me contestó que sí, que yo amaba África, cierto es, y ya había preguntado a la dueña de la casa si podía acompañarla. La señora dijo que sería un placer verme allí de nuevo (en Navidad acompañe a S por primera vez a este tipo de encuentros). Cuando llegué, ocurrió lo que me esperaba: yo era el único blanco y no africano, y la gente se me quedaba mirando como “¿qué haces aquí?”. Rápido me senté con tres mujeres africanas que habían viajado o crecido fuera de África. A ellas les daba igual que fuese blanco, rosa o verde. Les daba igual mi acento o mi religión. Les daba igual que S y yo perteneciéramos a razas diferentes pero mantuviésemos una relación amorosa. Pero había otro grupo, mucho mayor y presente en la casa, que no paraba de mirar a S por haberme traído, y de mirarme a mí mismo por haber venido. Mis sospechas sobre sus cuchicheos se concretaron cuando la anfitriona de la fiesta, una mujer diferente a la dueña de la casa, procedente de Uganda abrió la fiesta con un pequeño discurso.

Comenzó dando las gracias a todos aquellos africanos que habían venido al encuentro para despedir a Peter. Ok, así que es una fiesta de despedida, pensé. Continuó diciendo que era un placer tener y compartir un espacio con la pequeña comunidad africana de Yangon. Cada vez que hacía referencia a África o a africanos me miraba a mí. Dijo que le encantaba conocer cada mes a nuevos africanos, ya fueran de Senegal, Kenia o Sudáfrica. Cuando nombró Sudáfrica volvió a posar la mirada en mí. Comencé a ponerme nervioso. ¿Cuál sería su reacción, y la de los demás, si les decía que no, que yo no era africano aun habiendo aceptado venir a este evento? Pero lo peor vino después: “es un regalo poder estar acompañada de otros africanos, de otros negros, porque normalmente estamos acompañados de blancos o birmanos y no es lo mismo”. Imaginaros mi cara. ¿Qué hubiera pasado si fuese yo el que hubiera organizado un evento, por ejemplo, para españoles y hubiera dicho “es un placer estar acompañados de blancos españoles, porque los negros y birmanos no son lo mismo”?

No hace falta ser muy ingenioso: racista sería lo mínimo que me hubieran respondido.

Quiero pensar que no fui el único en sentirse incómodo cuando aquella mujer de Uganda dijo que se sentía contenta de pasar aquel tiempo con otros negros como ella y no con blancos o birmanos. Especialmente aquellas tres mujeres con las que yo había estado hablando al comienzo, una de ellas de Senegal pero residente en EEUU, otra mujer Canadiense pero de padres ghaneses, y por último, otra mujer de Trinidad y Tobago, todas ellas estaban cabizbajas. A mí me pareció vergonzoso el comentario de la ugandesa, pero la vergüenza me vino encima cuando acabó diciendo “ahora todos nos vamos a presentar y decir de qué país africano venimos”. De nuevo, sus ojos se dirigieron a mí. Yo pedí a la tierra que me tragase y desaparecer de allí.

No consigo entender cómo las personas se afanan por valorarte según tu nacionalidad o color de piel. No comprendo el afán de identificarse con la raza o el país de origen. Personas que no consiguen ver más allá de la melanina o pasaporte que portamos. Personas que minusvaloran tus hobbies, intereses, proyectos… pero tu apariencia física es fundamental a la hora de emitir un juicio.

Como persona de raza blanca y apasionada por África, he tratado de comprender la discriminación contra los negros. Pero me doy cuenta que el racismo no es exclusivo. El racismo es popular y amplio. Hoy día, si agrupas y refuerzas solo a los negros, es un acto reivindicativo. Pero si agrupas y refuerzas solo a los blancos, es fascista. Si agrupas y refuerzas solo a las mujeres, es feminista y solidario, pero si agrupas y refuerzas solo a los hombres, es machista y retrogrado. ¿No nos damos cuenta que tales patrones exclusivos, como el usado por aquella mujer ugandesa, no hace nada por mejorar la situación actual de su grupo racial sino el rechazo de los demás?


No regresaré con S a ese tipo de eventos africanos nunca más. Respetaré su deseo de mantener el grupo cerrado y basado en la procedencia africana y raza negra de los asistentes. Pero que respete y apoye las reivindicaciones de tales minorías por ganar espacio social dentro de la comunidad global no significa que comparta su rechazo y discriminación de otros grupos para así poder definirse a sí mismos como colectivo.