domingo, 28 de febrero de 2016

Ser negro en Birmania

Foto del artículo sobre la mala situatión social de personas negras en Asia en general, China en particular. Fuente: www.cnbc.com
Ser negro en Yangon (Birmania) no es fácil. Yo obviamente no puedo dar todos los detalles puesto que no soy negro, pero mi compañera, S, es de Kenya y puedo confesar que odio caminar con ella por la calle. La gente la mira, la señala, se ríen de ella, la hacen fotos, llaman a amigos y familiares para que no pierdan oportunidad de ver a la negra que está pasando por la calle… Es horrible. Al principio te lo tomas con humor, pero luego comienza a ser irritante.
Más de una vez he tenido que pedir a alguien que bajase la mano hacia S, o que dejaran de reírse. He tenido que parar y quedarme mirando a alguno que llamaba a gente para que viniera a ver a S. No lo aguanto.
Muchos amigos, de raza blanca o asiáticos, me dicen que no me lo tome a mal. Que es solo curiosidad por alguien que no están acostumbrados a ver. Yo les contesto que puedo entender en cierta forma a los niños, pero una persona adulta por muy curiosa que sea por alguien con un color de piel diferente no debería reírse en su cara o señalarle con el dedo y llamar a más viandantes para que acudan al “espectáculo”. Es una falta de respeto y de cortesía brutal. Es un descaro que me irrita enormemente.
Cuando conocí a S parecía que a ella no le importará tanto, e incluso permitía que la tomasen fotos. Siempre me decía que me calmase, que no prestase atención a la gente de nuestro alrededor. Yo lo he intentado, porque la rabia que me entra (cada día) no me hace bien ni a mí ni a ella. Pero confieso que es algo superior a mí y nos está incomodando a ambos.
Ya no vamos a restaurantes y tratamos de evitar las zonas transitadas. Si queremos comer fuera, uno de los dos va al restaurante y pide la comida para llevar. Nos lo comemos en casa. Si salimos de fiesta, no hay tanto problema porque en general donde vamos es zona de extranjeros y nadie le importa que seas negr@, blanc@ o verde. Pero con los birmanos es una cosa muy diferente. Creo que en especial, el hecho de ver a un blanco con una negra es lo que les causa tanta sensación.
Para el birmano, como para mucha gente en África, Asia, y Sudamérica, el tener una piel oscura es sinónimo de fealdad. Por eso la mayor parte de las cremas para la piel en el supermercado tienen efecto blanqueador y la gente trata de evitar las zonas soleadas. Ves más gente con paraguas en los días de sol que en los días de lluvia. Por el contrario, el ser blanco y tener rasgos occidentales es sinónimo de belleza. Por eso, asumo, que cuando ven a un blanco con una chica negra tienden a pensar: por qué aquel blanco (bella persona) saldría con una negra (fea persona). Cómo os podréis imaginar, la respuesta se basa en el prejuicio de que la negra busca mi dinero, y yo solo busco una aventura o sexo.
No lo soporto… Pensaba que no, pero el racismo de los demás está mermando mi relación.
He vivido racismo en ambas lados: el que se siente en una posición inferior y el que se siente en una posición superior. En ambas situaciones me he sentido tremendamente incómodo. Sin embargo, parece que me voy a tener que acostumbrar o al menos modular mi reacción. Pensé que el racismo, como el machismo, eran cosas del pasado. Pero qué va. Es un tópico en auge.

Hay personas que me han dicho “si no quieres ser discriminado, no viajes allí”, o “si no quieres que os critiquen, sal con una chica de tu misma raza”. Me estallan los oídos cada vez que me encuentro con tal conformismo y argumentos arcaicos. Pero que le voy a hacer, no puedo abrir frentes de guerra con todo el mundo. Por eso, estoy intentando salvar mi relación con S siguiendo el consejo de mis padres: a palabras necias, oídos sordos. Veremos que tal nos va.

martes, 23 de febrero de 2016

Retomo sin regaños ni retrasos

Foto tomada por mi compi de viaje Diego en Ubud, Bali (Indonesia) el pasado diciembre.
Siempre que retomo el blog tras un período largo sin escribir miro cuál y cuando fue la última entrada. Pero esta vez me va a dar igual. No me voy a reprochar nada. Así sin más, retomo donde lo dejé.

Y es que parece que es así como funcionan las cosas: van y vienen si pedirnos permiso o seguir un patrón determinado. Cierto que muchas veces decimos aquello de “las cosas ocurren cuando tienen que ocurrir”, pero a mí la verdad que me pillan por sorpresa normalmente y caigo en la cuenta de esa cita religiosa una vez que ya estoy metido de lleno en una nueva relación, trabajo, accidente, operación…

Continúo aquí en Birmania, como profe de ciencias para alumnos de sexto de primaria. En estos ocho meses me he dado cuenta que me gusta mucho la enseñanza, pero no la enseñanza convencional que aprendí y que la mayor parte de profes impartimos. También, en estos ocho meses he comenzado una relación con una chica que me quiere mucho pero que justo me ha pillado en el punto de mi vida donde decidí que las relaciones de pareja convencionales, o exclusivas, no eran para mí. Pobre chica, toda mi vida buscando alguien como ella, y cuando decido dar el cambio ella va y me conoce.

En estos ocho meses me he dado cuenta que el sureste asiático puede que no esté mal, pero yo sigo enamorado de África. Esa pasión no la mato. He leído mucho sobre la historia de Birmania, Aung San Suu Kyi, y budismo,  tratando de impregnarme todo lo que podía del país donde resido, pero nada. Lo que me llena la cabeza son los acontecimientos que suceden en el continente negro.

A veces me pregunto si soy cabezón. Si mi problema no es solo la falta de paciencia y la insistencia en mis maneras y opiniones, sino también el empeño que le pongo a todo lo que pienso y hago. Tras mucho negar tal teoría por parte de mis amigos y familia, voy a sorprenderles: les voy a dar la razón: me gusta salirme con la mía. Cuando me propongo algo, o me decido por algo, trato de llevarlo a raja tabla. No por falta de imaginación, opciones, o humildad, sino porque de verdad creo que aquello que pienso es lo correcto. Por tanto, no os ofendáis cuando discutamos algo y no me dé por vencido. Me comporto así no por orgullo sino por ignorancia.

En estos ocho meses me he dado cuenta que puedo ser más flexible. Las personas no tenemos que ser siempre como hemos sido. Eso de “soy como soy y si no te gusta te marchas” no te lleva muy lejos. No es que tengamos que dar por vencidos nuestros objetivos o carácter, pero hemos de darnos cuenta que aspectos de nuestra personalidad hemos de trabajar y expresar más para ser unas personas más equilibradas. Algo que podemos hacer sea el momento que sea, sin mayor premeditación.

Cuando ves que las personas tratan de mejorarse a sí mismas día a día y no se empecinan y apegan a hábitos ignorantes es un placer que resulta inspirador.

Sinceramente, yo me alegraba mucho cuando alguien comenzaba una costumbre que yo ya practicaba, o cuando cambiaba de opinión y se acercaba a mi postura. Pero eso era antes. Ahora os doy la razón. No todos tenemos que cambiar de opinión o rutina al mismo tiempo o siguiendo los mismos pasos.


En estos ocho meses me temo que “el soy como soy” me ha dejado. Y me dejó así sin más. Sin avisar ni reprochar. Básicamente, porque aprendí que ocho meses son todo y nada cuando de tomar decisiones se trata.