domingo, 8 de septiembre de 2013

Mi abuela


Mi abuela es una mujer de 82 años, viuda, y con varios problemas de salud. No respira bien por varias bronquitis mal curadas, padece del corazón, y es diabética. Todo ello sumado a la tristeza que le causó la muerte de mi abuelo hace 3 años, el cansancio de una vida llena de penurias, y la frustración de ver una familia dividida.

Este año, al volver a casa, me planteé cuidar más de mis relaciones con los amigos y la familia. En cierto modo he fracasado, pero me siento orgulloso que ese no sea el caso con mi abuela. Nos hemos unido mucho a lo largo de estos meses.

La visito, mínimo, una vez a la semana. Normalmente los sábados a la hora de comer, y ya me quedo hasta la tarde-noche cuando quedo para salir de fiesta. Le gusta mucho cocinar, pero sobretodo, verme comer. Ella siempre fue de comer mucho, lo que le ha perjudicado la diabetes y la obesidad, y ahora que trata de cuidarse algo más, descarga sus deseos conmigo.

Entre comida y visitas hablamos de muchas cosas. Especialmente cuando echamos la partida de dominó o de cartas a media tarde. A diferencia de otros chic@s de mi edad que se aburren escuchando las "batallitas" de sus mayores, confieso que a mi me causa mucha curiosidad cuales son mis orígenes y el modo de vida que tuvieron mis familiares. En parte se debe a la mística que creo, por la cual la atmósfera familiar en la que nos criamos condiciona parte de nuestras limitaciones y complejos.

Este pasado viernes fui a visitarla para despedirme de ella antes de marcharme a Portugal. Hemos tenido muchas conversaciones sobre su infancia en Valladolid y posterior llegada a Madrid, pero reconozco que hasta ese día no reconocí como mío, ese pasado oscuro y frío que vivieron nuestros padres y abuelos. Cómo han cambiado las cosas!!

Pensar que mi abuelo con 7 años se quedó huérfano y tuvo que mendigar por las calles de Madrid pidiendo comida. Que a los doce consiguiera un trabajo para cocer ladrillos en la chimenea del barrio de San Cristobal. Que mi abuela tuviese que dejar su trabajo de criada al casarse con mi abuelo porque la ley así lo mandaba. Que el sueldo de mi abuelo por aquel entonces rondaba los 2€ por semana, y no les daba para alimentarse... Que ni tan siquiera tuvieran agua potable, o simplemente salieran todos los días a por leña o carbón para poder cocinar....

Parecen escenas de otros países a los que llamamos subdesarrollados desde nuestras cómodas circunstancias actuales. Hace tan solo dos generaciones no estábamos mejor que ellos.

Siento tristeza cuando escucho a mi abuela decir "la vida es una mierda". Siento tristeza y al mismo tiempo no puedo protestar teniendo en cuenta que toda su vida fue trabajo y sacrificio por el marido, las hijas, la cuñada, los padres, los nietos... Toda su vida fue oír, ver y callar, y encima ahora se encuentra sola, enferma, y sin atención ninguna. Creyó que el sacrificio por los demás la depararía en algún momento felicidad o reconocimiento, y nada. Nunca se preocupó de disfrutar, de aprovechar las oportunidades que la vida ofrece para ser feliz en un momento puntual, o simplemente de ponerse en su sitio y demandar algo para ella. Y claro, ahora se a cuenta que la vida pasaba mientras tanto.

Me jode que ahora no entienda cuando le digo "abuela, me marcho al campo, a Portugal, no por dinero ni por nadie, sino por mí mismo, por pasión y ganas de soñar", me mira cual hippie ignorante. ¿Pero qué puedo decirla? ella nunca hizo caso a esa voz que llamamos intuición, y ahora piensa que es una locura escucharla.

Gracias a mi abuela tengo claro que de trabajar y dar a los demás, sin olvidarme que mi vida sigue corriendo. Que he de escuchar a los demás con la misma dedicación que escucho a mi interior.

Te echaré de menos abuela, un beso fuerte.

domingo, 1 de septiembre de 2013

Bora rapaz


Cuando era pequeño, ver el fin de agosto era dar por finalizado el verano. Aunque en septiembre aún hacía algo de calor, y hasta mediados no cierran las piscinas, ya se notaba el olor de "la vuelta al cole", las clases de taekwondo, las lecciones de música, el uniforme bien planchado... Se terminaba así el período más divertido, donde la despreocupación, el deporte en la calle, y el parque por la noche, habían reinado los momentos.

A pesar de que todo cambiaba a medida que crecía, prácticamente puedo decir que he seguido con esas sensaciones hasta ahora. Cada verano ya sabía lo que me esperaba: volver al colegio, al instituto, a la universidad...

Este año definitivamente no será así. Ya no habrá más clases que recibir ni exámenes que aprobar.

Termino la carrera esta jueves cuando entregue la memoria del Proyecto Final, y la semana que viene lo presente ante el jurado. Al fin libre... y en cierta medida, vacío.

Gran parte del año, por no decir en su totalidad, me lo he pasado preocupándome por la llegada de este momento. "¿Y qué voy hacer cuando termine de estudiar?" especialmente ahora que nadie te contrata en lo que quieres si no tienes experiencia laboral, y las matrículas para masters y otras especializaciones están más caras que nunca.

Miraba que opciones tenía aquí, cuáles podía tener allá, y nada me convencía.

Hace un mes se me presentó la oportunidad de volver a soñar. Y tan solo hace una semana se confirmó: vuelvo a emigrar al extranjero, esta vez para trabajar en una pequeña granja.

Algunos amigos y familiares me miran extrañados, preguntándose cómo un licenciado decide de repente marcharse a trabajar al campo (ni qué ser un licenciado significase algo importante hoy día!). Otros sin embargo ya me van conociendo y entienden perfectamente mi decisión. Estos últimos me han llegado a decir "Te pega mucho" o "Ya esperaba que tomases ese camino".
Al contrario que muchos jóvenes que se ven obligados a salir de su casa, y marchan con pena y dolor, yo reconozco que no es mi caso. Si bien es cierto, he buscado sin parar trabajo y becas de estudio para poder quedarme, me voy por decisión propia y con mucha alegría.

Pensar que en unas semanas podré de nuevo estar inmerso en una aventura, que voy a trabajar y vivir en medio de la naturaleza, hacen que mis recuerdos de mochilero saboreando el viento, las puestas de sol, y los baños en el río no queden tan lejos. Tengo la certeza que voy a volver a vivir después de un año arrastrado por la corriente estéril de la ciudad.

No tendré lujos ni comodidades. Mi única responsabilidad será la trabajar a cambio de comida y techo, y aprender todo lo que pueda. La propietaria de la granja parece alguien con pocos recursos pero muy apasionada con lo qué hace. Esas personas que contagian sus ganas de dar lo mejor de ti cada día. Todavía no la conozco en persona, pero desde el primer momento que entre en contacto con ella sentí una profunda sensación. Cosa de la intuición, lo llaman. A ver qué tal.

Como digo, ya está confirmado mi marcha para dentro de dos semanas. Tal vez las cosas no salgan como esperaba, pero me siento feliz de tomar de nuevo las riendas de mi vida.

En Madrid, a pesar del aprecio que le tengo, reconozco no haber encajado tras mi vuelta a casa. No he tenido el trato que esperaba por parte de mis amigos, no he sido capaz de compaginar bien el trabajo con los estudios, e incluso he vivido situaciones muy difíciles a nivel familiar. Todo eso casi acaba conmigo. Me iré, no con la sensación de huir de esos problemas, sino con la seguridad de abandonar aquello que no me permitía continuar creciendo.

Me iré con la sensación de que una tremenda experiencia me aguarda en Portugal :)