lunes, 27 de febrero de 2012

Entrenando la introversión


Dos semanas después de mi llegada a Barcelona, acepto que: mi adaptación está siendo difícil.

Básicamente porque me está costando mucho conocer gente y hacer amigos. Me siento solo, y cuando pienso cuáles son las causas de mi problema para conocer gente en esta mi nueva ciudad, se me ocurren varias cosas: la gente en los últimos cursos de carrera no coincide en todas las materias (falta de tiempo para conocerse) y están muy preocupados/concentrados en las pocas que les quedan para acabarla (falta de ganas para conocer gente nueva) lo que me perjudica de manera directa. Además, si la gente tiene que hablar con alguien, lo hace con los que ya conocen, y no con el "nuevo" (demasiado trabajo, pienso, debe causarles). Por mi parte, me encuentro la barrera de los grupos ya formados, la sensación de indiferencia que siento en mis compañeros de clase para hablar conmigo, y la traba del idioma (llama la atención hablar en castellano donde todo el mundo habla en catalán).

Durante mi año erasmus en Suecia me resultaba más fácil conocer gente. Aunque había gente más mayor, muy motivada en los estudios que realizaban, muchos de nosotros eramos extranjeros y nuevos, y eso ya era algo que compartíamos a la hora de iniciar conversación.

En Sao Paulo, yo era el único estudiante extranjero de mi clase y todos se conocían entre sí, pero allí la gente es más sociable y sienten curiosidad por los nuevos. Nunca tuve mejor acogida por parte de gente desconocida.

Por el contrario en Barcelona, a mi pesar (ya que tenía muchas ganas de pasar un tiempo en España tras un año y medio fuera, y todo el mundo me decía que Barcelona era para mí), no me estoy sintiendo integrado. Ni soy atractivo como en Sao Paulo lo era por ser extranjero, ni encuentro facilidad con la gente para iniciar conversación (ellos conmigo debe ser que tampoco).

El primer día cuando me vieron dirigirme al profesor nada más entrar en el aula, la gente calló y oyeron como explicaba que era un alumno de intercambio, que necesitaba este y otro papel para entregarlo en secretaría... Percibí como la gente susurraba que era de fuera (y al mismo tiempo de "dentro"). Me sentí observado y pensé que a continuación alguien se acercaría preguntando de donde venía, o porque había venido a esa universidad... cualquier cosa... pero nada. Solo en una de las asignaturas, al decirle al profesor que era un alumno séneca, una chica comenzó a hablar conmigo al volver a mi asiento diciéndome que ella también había venido de intercambio séneca desde valencia... sin embargo con ella solo coincido 2 horas a la semana... Intenté más tarde hablar con una chica con la que coincido en tres asignaturas (de 4 totales), pero me di cuenta que no tenía muchas ganas de hablar, y se marchaba rápido de las clases al terminar, lo que no me dejaba opción para continuar la conversación iniciada al comienzo de la clase.

Todos los días (salvo en las dos horas que coincido con la valenciana) es la misma rutina: acaban las clases, y me siento en el pasillo a navegar con el móvil mientras veo a la gente salir hablando cosas en un idioma que no consigo entender (para mí desesperación), tomando el sol y comiendo algo juntos en el césped.

Me encuentro solo, y eso es algo que me deprime, ya que siempre he sido muy sociable y no estoy acostumbrado a pasarme todo el día sin compañía.

Lo más curioso de este asunto, es que el primer día me sentía más solo que el segundo, y más el segundo que el tercero, y así con el pasar de los días, hasta que he llegado a un punto donde comienzo a encontrarme bien sin nadie. Paso las 6 o 7 horas en la universidad sin hablar con nadie excepto lo imprescindible, sin volver a caer en la sensación de soledad y tristeza. Recordé entonces como un amigo que tenía problemas de timidez, me habló una vez sobre una técnica para mejorar la extroversión, y reflexiono si no estaré yo entrenando, debido a que mis circunstancias me han empujado a ello, mi introversión... No me hace ninguna gracia la verdad, pues no es una característica que aprecie, pero así están las cosas en la ciudad condal.

sábado, 11 de febrero de 2012

Valentín, dejáte de joder!


Las relaciones de amor, donde las parejas son sinceras el uno al otro y viven felices para siempre, son una utopía. Aquellas donde no hay/hubo mentiras, ni infidelidades, ni faltas de respeto o ilusión, se encuentran en las películas y los cuentos. Me temo que nuestro mundo actual, donde es más importante lo que se tiene que lo que se es, ha producido relaciones de amor artificiales propias de vidas artificiales.

Que no me digan que soy un pesimista, que solo tuve malas experiencias con las chicas que conocí, y no por ello debo perder la autoestima o la confianza en las futuras chicas que conozca. No estoy solo en la tierra del amor hipócrita y débil. No soy el único al que le pasaron malas experiencias, ni lo seré. No soy una victima del desamor, lo soy del amor que abunda hoy en día. El desamor ya no es lo contrario del amor, es solo una de sus consecuencias, como lo es el apego o la pasión. El amor de hoy es tan ambicioso que abriga lo bueno y lo malo. Amor no es sinónimo de felicidad, y mi confianza en él se fue por el retrete, por culpa suya de no enseñarme a reconocerle.

Este nuevo amor que corre por la vida ya no es aquel que pintaban los renacentistas, ni de los que cantan los ilusos de guitarra en mano, no es bonito, porque esconde una cara fea que al fin he descubierto . Alegra y hace sufrir simultáneamente. Un amor de una fuerza tan grande que nos supera, viendo cometer estupideces de toda índole: tanto tiernas y conmovedoras, como crueles y despiadadas. Corresponden a un amor omnipresente que te da alas al mismo tiempo que te deja caer contra el suelo sin protección.

No envidio ya aquellas lindos enamorados que se despiden cariñosamente en la estación de tren, porque luego ves como tienen los mismos problemas que todos. No conozco la solución al vacío de amor que siento, pero sé con seguridad que el remedio no está en emparejarse o quedarse soltero. El problema del amor seguirá del mismo modo, porque es un problema en sí. Nos confunde y causa ansiedad, solos o emparejados.

Si dos personas consiguieron mantenerse juntas hasta el final no fue porque el "amor los ayudó a estar unidos", sino porque comprendieron que el amor perfecto no existe. Que los amores que en este planeta encontramos desilusionan y causan tristezas, además de esos pequeños momentos de alegría que nos prohíben vivir rechazandole en nuestra vida. Somos parte del amor, y por tanto, nacemos con el problema y necesidad que él mismo acarrea.

Es una droga escasa en el mundo, que al tocarte te deja adicto y no da para conseguir más ni mejor dosis. Por eso, los que cumplimos aquella edad en la que el amor ya nos pinchó la vena, andamos por el mundo babeando por una dosis más fuerte que la primera. Una dosis de amor que nos haga olvidar el mono que nos dejó la anterior, o demoré la muerte de pasión que por unos momentos tu novi@ frena.

Para ese amor parte vital pero pequeña, de la felicidad.

Para ese amor Luxemburgo, entre Soledad y Libertad.

martes, 7 de febrero de 2012

Querid@ cobarde


Pienso que en esta vida, aquellas acciones que decido llevar a cabo y finalmente no realizo, se deben básicamente a dos motivos: cobardía y pereza.

Para mí, y supongo que también para vosotros, ninguno de ellos es justificable para esconder bajo su soga mis deseos e iniciativas por llevar mi camino en el sentido que quiero darle, pero ahí están los dos, complicándome la vida un poco. Es parte de ser humano, supongo, pero no quiero darles de esa manera una justificación.

Hoy, no quiero escribir sobre ambas cosas, y lo difícil que a veces me resulta vencerlas, sino que quiero centrarme en la cobardía, y su enemiga (nuestra amiga), siempre a la espera, la valentía.

Por suerte o mala suerte, los años anteriores me ha tocado conocer personas cuyos miedos y falta de coraje me han causado mucho daño y dolor. En consecuencia, he conseguido ganar una valentía que no se debe más que al miedo que le tengo a la cobardía. La razón de ese coraje que ahora disfruto puede no parecer de lo más noble o elegante, pero continua siendo un coraje práctico que me ha dado libertad y experiencias maravillosas.

Sin embargo, al perder el miedo a caminar, a hablar, a actuar... gané otro: tengo miedo a los cobardes. Y digo que me asustan los cobardes, porque al contrario de las decisiones que no realizamos por pereza, las decisiones que no realizamos por cobardía afectan/afectarán a las personas de tu alrededor. Como habréis podido suponer, sí, es mi instinto de supervivencia quien me aleja entonces de las personas cobardes y el abanico de consecuencias que tienen sus decisiones no tomadas. Incluso cuando conozco alguien que me dice ser cobarde solo cuando su decisión no afecta a nadie más, me quedo pensando hasta qué punto su cobardía no es más fuerte que él/ella, pues si es capaz de alejarle de sus propios deseos, ¿por qué no habría de alejarle de mí cuando sea yo quien requiera por su parte un acto de sinceridad y/o valentía?

La cobardía no solo es una barrera a nosotros mismos, sino que es un ataque a los demás. Y el ataque resulta más doloroso, cuando ambos sabemos que siempre se pudo escoger: se pudo escoger por la valentía. Para llegar a ser una persona, en su sentido más integro, no puedo dejar que la cobardía me limite de esa manera. Como no debo permitir que incluso afecte a las personas que me rodean. Si sé que con mi decisión puedo causar un dolor a alguien, más me importe el coraje y la verdad de esa acción, que el estancamiento en una mentira cómoda.

No puedo pensar tampoco en que puedo ser cobarde en esto y valiente en aquello, pues ambas maneras de ser no son compatibles. Es mi deber, y mi derecho reivindicar del coraje de mis decisiones. Hacer de la valentía una actitud, para lograr no solo mi libertad personal, sino contribuir a la libertad de los demás.